En el vasto tapiz de la historia humana, la conservación arqueológica juega un papel crucial en la preservación de nuestro patrimonio cultural. Un ejemplo fascinante se encuentra en las Rutas de la Seda, esas antiguas vías comerciales que no solo conectaban Oriente y Occidente, sino que también facilitaban un intercambio cultural y artístico que aún resuena en la actualidad. A través de la meticulosa conservación de estos vestigios históricos, podemos no solo comprender mejor nuestro pasado, sino también asegurar que las generaciones futuras puedan aprender y beneficiarse de este legado invaluable. La conservación de estos tesoros arqueológicos nos permite mantener viva la conexión con nuestras raíces, al tiempo que brindamos un puente hacia un futuro más informado y consciente.
Os hablo de ello a través de un ejemplo fascinante del que posiblemente no hayas oído hablar antes: la escultura monumental en terracruda (que NO terracota), un tipo de arte sacro característico y único de las Rutas de la Seda, practicado desde el siglo 2 a.C. hasta nuestros días. Para ello, cuento con la ayuda de una especialista en la materia, Mònica López-Prat Ph.D (te dejo aquí un enlace a su LinkedIn si quieres saber más sobre ella).
A través de un viaje de India a Extremo Oriente pasando por Asia Central y el Himalaya, hablaremos de cómo realizando un estudio multidisciplinar se puede, por un lado, conservar mejor este tipo de frágiles obras, y por otro, poner en valor todo el conocimiento material y simbólico que esconden. Comentaremos cómo esto ha permitido a su vez reformular muchas de las teorías histórico-artísticas que se tenían hasta hoy sobre su origen y difusión.
¿Nos acompañas?
Los dibujos a acuarela de este artículo los he desarrollado a partir de fotografías facilitadas por Mònica.
ESCULTURAS MONUMENTALES DE TERRACRUDA
Empecemos por el principio, qué son, cómo son, y dónde están estas esculturas. Mònica nos lo cuenta:
¿Qué son?
Se trata de esculturas de gran tamaño realizadas a base de arcilla sin cocer. La arcilla ha sido tradicionalmente un material preferente para representar a la divinidad. Gracias a su ubicuidad y a sus versátiles propiedades, el ser humano la ha utilizado desde la prehistoria para realizar manifestaciones artísticas. Si bien diferentes religiones y mitos describen su empleo con tales fines, es en Asia Central, en el corazón de lo que hoy se conocen como las “Rutas de la Seda”, donde hace más de 2.000 años la «terracruda» (entendida como escultura de arcilla secada al aire en contraste con la escultura de arcilla cocida o terracota) adquirió su significado más sagrado, dando lugar al arte de modelar la divinidad de forma monumental. Estas esculturas pueden tener un tamaño inferior al humano o alcanzar varios metros de altura.
Los primeros ejemplos de esta tradición artística aparecen en Asia Central aproximadamente entre los siglos II y I a.C. a través de la convergencia de influencias culturales indias, persas y helenísticas, convirtiéndose en una de las manifestaciones más significativas de la transferencia de conocimientos a lo largo de las Rutas de la Seda, extendiéndose sucesivamente con el budismo a Asia Oriental y el Himalaya, donde se siguen venerando ejemplos hasta nuestros días.
¿Cómo son?
Estas esculturas, más allá de corresponderse con diferentes corrientes artísticas regionales, siguen un patrón común de elaboración transmitido a través de las Rutas de la Seda a lo largo de los siglos; una técnica que se extendió y fue adoptada, de la mano del budismo, en muchas de las regiones que adoptaron esta tradición espiritual, adaptándose a las diferentes corrientes artísticas.
Aunque la arcilla puede considerarse el material básico para su modelado, las esculturas son «multimateriales». Suelen construirse a partir de un esqueleto de madera o un núcleo de ladrillo/piedra, al que se superponen múltiples capas de arcilla o barro preparadas de forma diferente según se trate de las capas internas o externas, y en las que la materia herbácea/fibrosa desempeña el papel esencial de añadir volumen, aligerar el peso y facilitar el secado de las esculturas.
Si quisiéramos proponer una definición tecnológica, las esculturas monumentales terracrudas se caracterizan por los siguientes elementos esenciales:
- Construcción de un núcleo o estructura base (generalmente de madera, ladrillo o piedra) anclada al muro y/o suelo o formando parte de él (en el caso del ladrillo y la piedra).
- Superposición de ramas, material herbáceo, y/o cuerdas sobre la estructura base cuando ésta es de madera, dando volumen al esqueleto inicial.
- Adición de diversas capas a base de arcilla que van de gruesas a más refinadas en función de su composición.
- Aplicación de detalles modelados o estampados con ayuda de moldes.
- Capa de acabado (llamada «estuco» cuando es blanca).
- Policromía y/o dorado.
El resultado son esculturas versátiles, pesadas y frágiles, con gran detalle, que pueden superar el tamaño humano.
¿Dónde están?
Aunque el arte budista desempeñó un papel clave en la difusión de la escultura monumental en terracruda, sobre todo a partir del siglo III de nuestra era, los primeros ejemplos de esta tradición artística se remontan a los siglos II-I a.C., cuando el budismo aún no era la corriente espiritual dominante en Asia Central y esta región se hallaba bajo la influencia helenística de los llamados reinos grecobactrianos. Estos primeros ejemplos se encontraron principalmente formando parte de edificios sagrados.
Especialmente importantes son los encontrados en los yacimientos arqueológicos de Ai-Khanum (siglo II a.C., noreste del actual Afganistán) y Old-Nisa (siglos II- I a.C., sur del actual Turkmenistán). También podríamos incluir algunos de los «retratos en arcilla sin cocer» encontrados en los yacimientos bactrianos de Takht-i-Sangin (actual sur de Tayikistan, III-I a.C.), la «escultura monumental en arcilla pintada» de Khaltchayan (I a.C.-I d.C., sur de Uzbekistán), los «altorrelieves de arcilla policromada de Elkharas» (III – II a.C.) encontrados en la antigua Jorasmia (actual noroeste de Uzbekistán) y los «altorrelieves escultóricos modelados en arcilla sin cocer» de los yacimientos aqueménidas de Akchakhan-kala y Toprak-kala – dos sedes reales y centros ceremoniales situados a menos de 15 km el uno del otro en la actual Karakalpakistán fechados entre el siglo I a.C. y el siglo II de nuestra era -.
Manifestaciones escultóricas producto de un conocimiento que, a través de las «Rutas de la Seda» en torno al siglo I d.C. en adelante, se difundió con el arte budista a casi todos los rincones donde llegaron las enseñanzas de Buda.
Se conocen ejemplos de esculturas monumentales en terracruda desde Asia Central y el noroeste del subcontinente indio (actuales Pakistán y Afganistán) hasta el Himalaya (Ladakh, Tíbet, Bután), China, Mongolia y Extremo Oriente, siendo Japón el país donde se localizan los ejemplos histórico-arqueológicos documentados más al este.
Ejemplos famosos de estas esculturas budistas son el gran Buda Parinirvana de Ajina Tepe (Tayikistán), las esculturas monumentales de Mes Aynak (Afganistán), recientemente descubiertas, y las esculturas conservadas en las cuevas de Mogao (Dunhuang, China) y Sumda Chun (Ladakh, India).
ESCULTURAS MONUMENTALES DE TERRACRUDA EN LA ACTUALIDAD
Mònica nos cuenta que hoy en día existe en Bengala Occidental (India) una tradición artística similar. Aquí, un grupo de escultores de arcilla, los kumors, ha conservado una larga tradición relacionada con el modelado de esculturas sagradas de arcilla para el culto hindú.
Esta tradición está vinculada a «Los Agamas», una colección de escrituras sagradas relacionadas con la adoración de Dios en forma de ídolo y pertenecientes a diferentes escuelas devocionales hinduístas. Escrituras de siglo VIII, XII, XVI y XVI-XVII de nuestra era se encuentran entre la literatura sánscrita que designa específicamente la arcilla sin cocer, el bronce, la madera y la piedra como materiales adecuados para representar a una divinidad.
Sin embargo, según estos textos sagrados, entre estos materiales sólo la arcilla sin cocer (fundamentalmente tierra y agua) contiene vida, lo que hace que este material sea «sumamente adecuado» para la creación de imágenes de culto.
Estos textos detallan los siete elementos para construir una imagen a base de arcilla, que metafóricamente se explica que son los mismos que los elementos de un cuerpo humano: la armadura de madera (sula) representa los huesos; las cuerdas (raiju) son las venas y los tendones; las diferentes capas de arcilla (mrt) son la carne y los músculos; la ropa (pata) de las últimas capas de arcilla es la piel; el pegamento (astabandha), preparado principalmente a partir de sustancias vegetales mediante cocción, es la grasa; la «capa blanca» (sarkarakalka) es la sangre; y el color (varna) es la fuerza vital.
Estos preceptos son conocidos y continuados hoy en día por los escultores bengalíes para producir las diferentes esculturas de deidades (murtis) adoradas durante el ciclo anual de festivales de la tradición hindú (pujas).
CONCLUSIONES
Gracias a toda esta información y conocimientos que nos ha transmitido Mònica, hemos tenido la oportunidad de viajar, no sólo de India a Extremo Oriente, sino también del pasado al presente. Hemos visto como el conocimiento tradicional ha llegado hasta nuestros días y los escultores bengalíes de la actualidad aplican preceptos que derivan en una tradición artística similar a la de la Antigüedad.
Me llama especialmente la atención cómo los textos sagrados hinduistas hablan de la arcilla sin cocer como el único material que tiene vida, y como por este motivo es el más adecuado para representar a la divinidad. Es fascinante la relación que guarda lo material con lo simbólico, lo terrenal con lo espiritual. Es sorprendente también pensar cómo podían construirse esculturas monumentales con un material tan frágil, si bien no era el único que las constituía. A parte de ser un ejemplo cautivador, es también un pretexto para hablar de la importancia de la conservación de los restos materiales del pasado para entender mejor el conocimiento tecnológico de las sociedades que los ejecutaron.
En definitiva, hemos visto a lo largo de estos tres episodios la importancia de la restauración de obras y artefactos -comentando el mundo menos conocido de la restauración del patrimonio subacuático-, de la investigación arqueológica -detallando en qué consiste el día a día de los grupos de investigación, en concreto de arqueobotánica -, y finalmente de la conservación del patrimonio con el ejemplo de la escultura monumental en terracruda y su difusión a lo largo de las rutas de la seda.
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